Soy José Suid Lipres, y mientras cursaba mi cuarto año de Pedagogía en Educación Física en la Universidad de Chile, nació esta idea que, aunque escrita en un papel común y corriente, encerraba el germen de un destino. No era un simple listado: era un mapa de vida. Allí trazaba con firmeza mis anhelos más profundos:

1. Comprar una propiedad en el sur de Chile, tierra de naturaleza viva, ríos y montañas.
2. Crear un centro turístico que me sostuviera en los años de retiro, pero que también diera sentido a mi presente.
3. Hallar un lugar donde el agua corriera libre —ya fuese estero, río o lago— y donde los cerros permitieran actividades al aire libre: trekking, cicletadas, aventura.
4. Construir «refugios», una o dos cabañas para recibir a quienes anhelaran reencontrarse con la naturaleza.
5. Forjar una vida más plena, íntimamente ligada a los dones de la tierra, la naturaleza.
6. Y con ello, asegurar un sustento digno, un ingreso que acompañara mi futura jubilación.

       Ese papel sencillo fue más que un ejercicio juvenil: fue una promesa escrita al futuro.

Los años pasaron y, como toda semilla paciente, aquella visión esperó su momento de germinar. Hasta que llegó julio de 2003, ese mes comenzó a materializarse el sueño largamente anhelado: con la venia de Dios, pude adquirir un campo en el sector Bajo El Nabo, en la precordillera de Linares, corazón de la Región del Maule.
Al poner el primer pie en estas tierras, comprendí que la verdadera conquista apenas comenzaba. En medio del exuberante paisaje se erguía una casa de adobe muy deteriorada, con más de un siglo de historias guardadas en sus muros. Allí levantamos el primer bastión: acondicionamos lo indispensable, habilitamos un baño, mejoramos la electricidad y conseguimos agua para beber y asearnos. Esa casa se transformó en nuestro refugio de fines de semana: cada viernes llegábamos a la precordillera de Linares con la ilusión a cuestas, y cada domingo regresábamos a Santiago, cansados en el cuerpo, pero más firmes en el espíritu.

La visión crecía con cada jornada.
Entre polvo y herramientas comenzamos a materializar el sueño, las primeras construcciones fueron el restaurante y los baños camarines, con la idea de iniciar el emprendimiento habilitando «sitios de camping», espacios para compartir lo que la montaña, el río y la vida al aire libre tenían para ofrecernos, y que estaban al alcance de nuestro escueto presupuesto de inversión.

Los primeros cuatro años fueron de pura faena: limpiar, despejar, abrir paso donde solo había maleza. No era sólo trabajo físico, era un pacto con este mágico lugar anclado en la hermosa precordillera del Cajón del Achibueno, un juramento silencioso de despertar su grandeza dormida.

Así comenzó esta historia. No con certezas ni comodidades, sino con voluntad inquebrantable, con la fe de quien sabe que lo imposible solo es cuestión de tiempo. Desde un papel sencillo en 1984 hasta la primera piedra en 2003, Achibueno Lodge nació como nacen las grandes epopeyas: del sueño, la perseverancia y el abrazo eterno de la naturaleza.”